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En el Día Internacional de la Mujer, ¿quién cuida de las cuidadoras?    

Los derechos humanos de las cuidadoras deben estar en el centro de la agenda global del cuidado, sin olvidar el trabajo de cuidado de alimentos que sustenta la vida de las mujeres campesinas, indígenas y rurales.   

 

El trabajo de cuidados consiste en actividades esenciales para garantizar la vida de las personas, los seres vivos y el planeta. Históricamente, las han realizado mujeres, basadas en la división sexual del trabajo en relaciones de poder patriarcales, lo que ha significado que ha sido invisibilizado o de bajo estatus. El trabajo de cuidados remunerado y no remunerado ha provocado y reproducido la discriminación, las desigualdades de género y la violencia.   

El privilegio y la opresión son dinámicas de poder que se entrecruzan en los contextos y las relaciones de cuidado. La raza, la clase, la etnia y otras identidades sociales se entrecruzan con el género para dar forma a las experiencias de cuidado. Para elaborar una política del cuidado genuina, debemos reconocer que el trabajo de cuidado incluye muchos aspectos de la vida, desde la perspectiva individual del autocuidado hasta el cuidado de los hogares y las comunidades.    

  

¿Qué es el cuidado de los alimentos?    

El trabajo de cuidados incluye el cuidado de los alimentos: de lo que comemos, de cómo comemos, de quién come y de cuándo come. 

Los sistemas alimentarios, al igual que el trabajo de cuidados, también se basan en relaciones interdependientes. El trabajo de cuidados de las mujeres rurales es crucial para la producción, transformación, distribución y acceso a los alimentos. Esta interdependencia también plantea cuestiones en torno a la redistribución, la autonomía, la soberanía sobre los cuerpos, el amor, las relaciones, los recursos y la vida misma. La alimentación es un acto de amor. Y también lo es el cuidado.   

El sistema alimentario corporativo ancla esta interdependencia en relaciones de poder desiguales, con consecuencias nefastas como la homogeneización de las dietas, la pérdida de biodiversidad y la explotación del trabajo de cuidados no remunerado que realiza la inmensa mayoría de las mujeres negras, indígenas, campesinas, pescadoras y rurales.   

 

¿Por qué debería importarnos?     

El actual sistema de producción, distribución y consumo de alimentos y otros bienes sobreexplota el trabajo productivo y reproductivo de las mujeres, provocando profundas desigualdades y enfermando a los seres humanos y al planeta.    

Las mujeres rurales representan un tercio de la población mundial pero el 36% de la mano de obra agrícola y, sin embargo, ganan un 20% menos que los hombres. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, más del 20% de los empleados agrícolas de América Latina y el Caribe son mujeres. También en esa región, las mujeres dedican tres veces más tiempo al trabajo doméstico y a los cuidados no remunerados que los hombres. Además, existe una brecha significativa entre las mujeres de las zonas urbanas y rurales, ya que estas últimas dedican entre tres y diez horas más al trabajo diario de cuidados que las mujeres de las zonas urbanas.  

Las narrativas hegemónicas en torno a los cuidados en los sistemas alimentarios no miran más allá del reconocimiento de estos hechos y dejan de lado la redistribución y representación de la agencia de las mujeres campesinas e indígenas que producen alimentos. De igual modo, los sistemas alimentarios ven los alimentos solo como el acto de distribución y suministro, ignorando el trabajo de cuidados que hay detrás de los alimentos producidos por los campesinos.     

Existe un fuerte vínculo entre el trabajo informal y la marginación y empobrecimiento de las mujeres rurales e indígenas. Son consideradas el grupo más vulnerable de la sociedad, ya que trabajan principalmente como mano de obra no remunerada en explotaciones familiares con bajos salarios, condiciones peligrosas y sin cobertura de seguridad social. Se enfrentan a múltiples obstáculos para su independencia y autonomía económica. En contextos de crisis, las mujeres rurales e indígenas son las más afectadas por el escaso acceso a recursos, servicios e información, así como por la pesada carga del trabajo de cuidados y las normas sociales tradicionales discriminatorias.  

En el contexto actual de crisis múltiples e interrelacionadas, es crucial una transformación radical de los sistemas alimentarios industriales y la urgencia de una transición hacia sistemas alimentarios justos, saludables, sostenibles y libres de violencia. La agenda feminista y la agenda del derecho a la alimentación y la soberanía alimentaria se necesitan mutuamente más que nunca para hacer frente a la magnitud de los desafíos actuales. La reciprocidad y la polinización cruzada deben ser las señas de identidad de la estrategia que tenemos por delante, tanto para los seres vivos como para el planeta. La alimentación, el cuidado, el autocuidado y el cuidado comunitario deben estar en el centro de un cambio de paradigma muy necesario.   

  

¿Cómo podemos cuidar?     

Los movimientos sociales y la sociedad civil pueden contribuir a impulsar el paradigma de los cuidados:    

  • Situando los derechos humanos de los cuidadores en el centro de la agenda mundial de los cuidados.   

  • Concienciando sobre el trabajo de cuidados en torno a la alimentación que realizan las mujeres campesinas, indígenas y rurales.  

  • Construyendo colectivamente herramientas de acción para posicionar los cuidados en la agenda política.   

  • Generar procesos de cuidado mutuo y relaciones de autocuidado.   

  • Incidir en el reconocimiento y redistribución del trabajo de cuidados y doméstico, así como en la remuneración y representación de las cuidadoras o cuidadores.   

  

Para más información o entrevistas con los medios de comunicación, póngase en contacto con Amanda Cordova Gonzales - cordova-gonzales@fian.org

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