English Version

La violencia comienza por quién come el último

El Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer es la ocasión para mirar cómo la opresión comienza en lo más básico de nuestras vidas: la alimentación.

A lo largo de los últimos años, el debate sobre la violencia sexual y la violencia de género ha ocupado la primera línea de la atención pública con movimientos como el #MeToo, #NiUnaMenos, o #BabaeAko (Soy mujer) en Filipinas. Crímenes como la muerte de una niña argentina de 16 años tras haber sido drogada, violada y torturada; o la violación en grupo de una mujer española de 18 años durante la fiesta de los San Fermines en Pamplona han despertado la indignación tanto en las redes como en las calles, seguidas de millones de movilizaciones.

Los feminicidios y la violencia sexual son posiblemente los actos de violencia contra las mujeres que más indignación despiertan en el mundo, pero no son más que la punta del iceberg. Esta opresión estructural a la que las mujeres se enfrentan se refleja en el día a día, hasta en las tareas más triviales. Hay, sin lugar a duda, violencia contra las mujeres cuando, a pesar de ser las principales proveedoras de alimentos del hogar y producir la mitad de los alimentos que se consumen en el mundo entero, son ellas, las mujeres, quienes más sufren el hambre y poseen una cantidad desproporcionalmente pequeña de tierra en el mundo. El Día Internacional por la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres supone la oportunidad perfecta para mirar cómo la opresión comienza en lo más básico de nuestras vidas: la alimentación.

El estudio recientemente lanzado “El poder de las mujeres en la lucha por la soberanía alimentaria” analiza el lazo de unión que existe entre las mujeres y la alimentación. A través de la experiencia de cerca de 30 mujeres de todo el mundo, el informe concluye que la violencia es el denominador común de todos los casos. Las experiencias de las mujeres no están únicamente determinadas por su género. Su situación se ve también influida por otros factores como clase, casta, etnia y orientación sexual, y todas ellas se enfrentan a diversos tipos y grados de violencia. La forma en que trabajamos, comemos, producimos y distribuimos alimentos es parte de este problema.

Desde el cultivo de los productos al procesamiento, transporte y consumo, las mujeres juegan un papel primordial en los sistema alimentarios y economías. Paradójicamente, su rol y necesidades particulares han sido ocultadas de la mirada pública debido a ideas y prácticas sexistas. De entre los 820 millones de personas que sufren hambre en el mundo, las mujeres se encuentran en la peor situación, lo que se agrava aún más si viven en sociedades opresoras, bajo explotación y violencia.

Es violencia cuando, en medio del hambre, son mujeres y niñas las últimas en comer o se espera que coman menos. Es violencia cuando las mujeres son el blanco de las corporaciones, en una venta inagotable de productos para perder peso, conforme a unos estándares de belleza construidos por el mismo sistema. Es violencia cuando las mujeres no tienen acceso a la tierra debido a injustas normas culturales, económicas o legales. Es violencia cuando, durante brutales desalojos de las tierras en que cultivan y subsisten, las mujeres son violadas por fuerzas de seguridad públicas y privadas. Y la lista continúa.

El sistema económico dominante y el clima político actual no hace si no exacerbar esta violencia. En todo el mundo, el aumento de gobiernos autoritarios de derechas está promoviendo leyes restrictivas de aborto y otras políticas que limitan los derechos reproductivos de las mujeres y su participación política. Mujeres migrantes y de color se enfrentan diariamente al racismo y a la discriminación, que deriva en un menor acceso a los servicios sociales, el aumento de la pobreza y la inseguridad alimentaria. Mujeres indígenas y campesinas y sus comunidades son expulsadas violentamente de sus territorios con el sólo fin de allanar el camino a la minería y a la agroindustria.

Al mismo tiempo, el poder corporativo prosigue su expansión, sirviéndose en gran medida de trabajadoras domésticas y de cuidados que son asignadas por género. Esto va desde la atención a los miembros de la familia, limpieza y cocina, hasta la obtención del agua y los piensos. En momentos de creciente sequía o escasez de alimentos debido al cambio climático y a la destrucción del ecosistema, las mujeres han de desplazarse largas distancias para adquirir suministros para sus familias.

A pesar de esto, es importante recalcar que no hay que considerar a las mujeres como meras víctimas de la violencia, ya que son ellas quienes están cambiando de manera activa la realidad del mundo. Y hacen esto mientras luchan contra la creencia generalizada de que la política es sólo para hombres. Las mujeres se están enfrentando al autoritarismo, se están organizando en las calles, en las comunidades y en los espacios de gobernanza de alimentos a nivel mundial.

En Brasil, cada mes de agosto desde el año 2000, se celebra la Marcha das Margaridas (Marcha de las Margaritas), el movimiento más grande de mujeres trabajadoras del campo contra la violencia de la agroindustria. En el norte de Siria, en Jinwar, las mujeres han creado una comunidad, actualmente bajo amenaza, libre de las barreras de las opresoras estructuras de poder del patriarcado y libre de violencia. Mujeres y individuos de diversidad sexual de la casta Mali, en el norte de India, están produciendo alimentos de un modo que ha transformado tanto las relaciones de género como la relación con la naturaleza. Estos son sólo algunos de los inspiradores casos que están floreciendo.

Si entendemos que la violencia es un elemento actual de los sistemas alimentarios, resulta entonces crucial transformar el sistema, construir nuevas relaciones de género, en comunidades y en equilibrio con el medioambiente. Mujeres en todo el mundo ya están haciéndolo, tal y como ilustran los ejemplos anteriores. Un día como hoy, alzamos nuestras voces y nos sumamos a la acción colectiva y a esta lucha que, aunque no ocupe la primera línea de los medios de comunicación, puede marcar la diferencia para todas las mujeres.


Por Alejandra Morena y Andrea Nuila Herrmannsdorfer
 

NOTICIAS RELACIONADAS:

¡Hay que rebelarse! Las mujeres desafían el sistema ...